jueves, 27 de junio de 2013

CAPÍTULO 4: SUS RECUERDOS TODAVÍA PERDURABAN.

Alcé mi rostro, para encontrarme unos ojos verdosos enmarcados por largas pestañas con kilos y kilos de maquillaje. Pathie Wilson se creía superior a cualquier persona en el colegio sin saber que, justamente en este tipo de colegios, el ser superior era Dios. Ella no debía estar matriculada en el colegio Hunking, pero descendía de familia adinerada y ese era el único motivo de su asistencia a clases.
Rodé los ojos ante sus palabras, y me dirigí a la última clase intentando evitar pelea alguna.
Genial. Literatura Inglesa.
Una sonrisa fingida se formó en mi rostro, mientras avanzaba hacía el aula 18. Pero al llegar a la puerta, un papelito sobre ésta me hizo posar toda mi atención en él.
Atención estudiantes del último curso; el profesor Mraz no asistirá a su clase, el lunes 4 de marzo, a causa de problemas personales. Les rogamos que permanezcan en la biblioteca del centro, haciendo las tareas que tengan pendientes.
                                                                                              Atte. La directora Elisabeth”
Mis pensamientos se alegraron al instante en que mis ojos terminaron de leer aquel papelito. La última clase la tendría libre y no escucharía al profesor debatiendo temas sobre Thomas Sprat. Sin duda hoy iba a tener suerte. Aunque no duraría mucho si seguía permaneciendo aquí plantada, frente a la puerta del aula.
Alcé mi mochila al aire y comencé a correr por todo el pasillo, hasta llegar a la puerta principal. Moví mi cabeza en ambas direcciones, intentando que nadie pudiera verme salir –ya que el conserje siempre se encontraba en su pequeña habitación donde pasaba revisión matutina-.
Comencé a descender por la calle principal, mientras me deshacía de la pequeña coleta y de las gafas. Me encantaba sentir mi cabello alzarse al mismo tiempo que el aire lo mecía entre sus regazos. Era una sensación tan agradable. Lástima que no pudiera llevarlo así siempre.
Caminaba sin rumbo alguno, aunque un pequeño pensamiento cruzó veloz por mi cabeza. Sabía exactamente adónde tenía que ir. A mi antiguo colegio.
•Narra Zayn.
Observaba como Sophie se alejaba a través de la oscura verja. Ella alzó su mano, para despedirse de mí, y continuó hablando y jugando con sus compañeros. Miles de pensamientos cruzaban veloces por mi mente. Hacía bastante tiempo que no mantenía una conversación con las personas que eran mis amigos. Después de todo el accidente y el entierro, jamás volví a retomar el contacto con ellos. No sabía si seguían viviendo aquí; si se habían casado o tenían alguna relación. No sabía nada de nada, y eso era lo que más dolía.
Di numerosas caladas al cigarro, intentando relajarme y evitar pensar en todos aquellos remordimientos que había comenzado a surgir después de seis años.
-¿Tienes fuego?-dijo una voz a mi lado.
Giré mi cabeza, y me encontré a una mujer rubia. Llevaba un cigarro sobre sus labios y esperaba que le respondiera a su pregunta. Asentí en silencio, y metí mi mano al bolsillo para sacar un pequeño mechero, que apenas funcionaba. Después de varios intentos, para que la llamara prendiera al cigarro, la mujer me lo devolvió.
-¿No eres muy joven para tener hijos?-preguntó, cruzando los brazos sobre su pecho y mirando al frente. Lo más seguro para despedirse de su hijo/a.
Una sonrisa se dejó entrever entre mis labios. Aquella mujer era descarda y realmente atractiva. Tenía los ojos azules, el pelo recogido y labios maquillados en carmín rojo. Al ver mi acción y atención a su aspecto, se mordió el labio inferior.
-¿Y usted no es demasiado mayor para coquetear con gente menor?
Mi pregunta la dejó sorprendida. No pensaba que iba a contestarle de esa forma. Simplemente pensaba que respondería con un: “Oh, no. No es mi hija; es mi hermana pequeña. Ya sabes, hay que encargarse de los más peques.”
Después de un extraño silencio, comenzó a reírse a carcajadas. Ladeé la cabeza hacía un lado, y volví a mirar al frente. Casi podía seguir distinguiendo aquel cabello tan particular, y aquel carácter propicio de heredarlo de su madre.
-Mis razones tengo-especuló.
-Espera, no me lo diga-me giré y la miré-. Soltera y con varios hijos a los que mantener. Tan solo busca a un hombre con el que seguir disfrutando de la vida. Y estuvo a punto de tirar la toalla hasta que me vio a mí.
Ella parpadeó varias veces, tratando de asimilar toda la información posible.
-¿Tanto se nota?-musitó, mientras tiraba la colilla del cigarro. Asentí en silencio-. Mi marido falleció hace unos años, y bueno, intento retomar mi vida. Pensar que a él le gustaría que otro hombre me hiciera feliz. Porque sé, que su deseo es ese.
-Pero quiere intentarlo, a pesar de que el pasado la retiene-dije, manteniendo la cabeza gacha. Era exactamente como me sentía yo. Quería rehacer mi vida, encontrar a alguien, pero sus recuerdos perduraban grabados en mi memoria.
-¿También te ha pasado?-se sorprendió, ante mi contestación.
Me encogí de hombros, y después añadí:
-No, ya sabes, cosas de adolescentes-intenté quitarle la máxima importancia al asunto.
-Entiendo.
Después de aquellas palabras, volví a mirar hacia la puerta, pero ya habían entrado todos. No quedaba nadie en la calle. Nadie, excepto nosotros dos.
-Un placer haberla conocido, señorita-me despedí, agarrando su mano y besando la parte superior de esta-. Ya verá como pronto encontrará a alguien. De eso estoy seguro.
Ella me dedicó una dulce sonrisa, y después se marchó calle abajo. Me fijé en cada uno de sus movimientos. No parecía tan mayor, si te pones a pensar. Tal vez estaría entre los 30 y 40. Una lástima quedarse viuda tan joven. Sin duda el futuro pondrá a alguien en su vida; alguien que le devuelva la ilusión de vivir; alguien con quien compartir tantos momentos maravillosos.
Di un gran suspiro. Dudo que el destino ponga a alguien en la vida de un joven como yo.
Me apoyé contra la verja, mientras clavaba la mirada en el asfalto.
Todavía era un joven de 23 años. Me encontraba en la flor de la vida; pero para mí no era vida sino estaba a su lado. Si no podía sentir cada uno de los latidos de su corazón, sus caricias, besos…
Y en ese momento la olí. Olí su aroma a jazmín, aquel que tanto me gustaba. Alcé la vista, para encontrarme a una muchacha correr a toda velocidad hacía el colegio. Entrecerré los ojos y me fije en ella. El alma se me calló a los pies y el corazón comenzó a latirme con rapidez, al ver aquel cabello rubio; aquellas facciones de la cara y sobre todo aquel olor que me embriagaba. Se detuvo, fatigada y sudorosa, ante la puerta principal del colegio, mientras se maldecía haber llegado tarde. Me quedé anonadado, no sabía cómo reaccionar. ¿Era cierto lo que estaban viendo mis ojos? ¿Era ella? ¿Era…Maddy?

martes, 25 de junio de 2013

CAPÍTULO 3: PAPEL PATERNAL.

•Narra Zayn.
-¡Zayn Malik! ¡¿Quieres hacer el favor de levantarte?!-gritaba, desde el otro lado de la puerta, mi madre siendo ésta la novena vez que lo hacía en toda la mañana.
Me removí entre las sábanas, mientras me desperezaba y abría lentamente los ojos. Una oleada de dolor invadió toda mi zona craneal, como si me la estuvieran martilleando. Me llevé las manos a la cabeza, intentando recordar algo de anoche. Nada. Se me era imposible, ya que me había pasado bebiendo. Y ahora tenía que hacer frente a una dolorosa, y despreciable resaca.
-¡Zayn, por favor! ¡Sophie llegará tarde al colegio! ¡Y te dije que hoy tendrías que llevarla tú!-volvió a sonar la voz de mi madre por toda la habitación.
Un gruñido salió de mis labios. Me había olvidado completamente de Sophie, y mi cuerpo no se encontraba ahora con ganas de andar durante 15 minutos. Me levanté, rápidamente, y comencé a vestirme mientras buscaba algo de dinero entre los bolsillos de mi cazadora. Nada. No había nada. ¿Me lo habría gastado todo anoche?
La puerta de la habitación se abrió, dejando al descubierto un dulce y angelical rostro. Sus ojos color miel se encontraban más vivos que nunca.
-Papi, ¿estás listo?-dijo con su melosa voz, mientras se quedaba en el umbral de la puerta.
Sonreí como un tonto enamorado, y sus palabras bastaron para quitarme toda la resaca que estaba pasando. Me acerqué hasta ella, y la alcé al aire mientras le hacía cosquillas.
-Para, para.-me exigía, mientras su melodiosa risa invadía los conductos auditivos de mis oídos. Su risa era, exactamente, igual que la de su madre. Escucharla me hacía sentir que su alma aun continuaba aquí, junto a nosotros.
-Vámonos, pequeñaja.-le dije, dejándola sobre el piso y revolviendo su achocolatado cabello. Una sonrisilla maliciosa se hizo presente en la comisura de sus labios.
La seguí a través del largo pasillo, mientras me colocaba la cazadora y cogía el paquete de tabaco –que se encontraba sobre la mesita-.
-Que tengas un buen día, cariño.-apareció mi madre, mientras se acercaba hasta Sophie y le plantaba un cálido beso en su rosada mejilla.
-Gracias, abu. Tú también.-dijo ésta, mientras se ponía de puntillas y alzaba su rostro para imitar la acción de mi madre. Me despedí de ella con un ademán, y salimos por la puerta.
El cielo se encontraba despejado, y una pequeña brisa se hacía presente en las copas más altas de los árboles. Era extraño no sentir ese gélido frío cada vez que caminabas por las calles del barrio. Sin duda la primavera se estaba adelantando. Sophie se colgó la mochila sobre los hombros, y entrelazó sus dedos en los míos mientras caminábamos calle abajo. Ese gesto tan dulce de su parte, me estremeció por dentro y no pude evitar desviar la mirada a ella.
-¿Por qué sonríes, papi?-sus palabras tintinearon en el aire, y después la brisa primaveral se las llevó.
Sacudí la cabeza, mientras una pequeña carcajada salía –instintivamente- de mis labios.
-Porque estoy loco por ti.-le respondí, en tono chistoso mientras le daba un beso en la mejilla. Ella apretó, fuertemente, sus labios mientras una mueca se hacía presente. Ladeé la cabeza, y pregunté-: ¿Sucedió algo, pequeña princesita?
Ella puso sus brazos en jarra alrededor de su pequeña cintura, intentando parecer mayor.
-Esas cosas no me las tienes que decir a mí.
Me paré en seco ante su contestación, y me arrodillé para estar a su altura.
-¿Y a quien debo, sino, decírselas?-enarqué una ceja, deshaciéndome de las gafas de sol y poniendo mi mirada sobre sus redondos ojos. Aquellos enmarcados por largas pestañas negras.
Ella vaciló durante unos segundos, y después agregó:
-A mamá.-Una oleada de dolor se apoderó de mi pecho al escuchar sus palabras. Ella pareció darse cuenta del cambio repentino en mi rostro. Y añadió-: O alguna chica que te haga reír mucho, como yo.-Negó con la cabeza, y después rectificó.- No, yo no valgo.
Ante aquella acción no pude evitar reírme a carcajadas. Era tan sumamente divertida y graciosa. A ella le molestó que me estuviera riendo a carcajadas, y echó a andar malhumorada hacía el colegio.
-Espera, espera.-corrí tras de ella.
Cuando la alcancé, la cogí en peso y la subí sobre mis hombros mientras corríamos calle abajo. Ella no paraba de reír a carcajadas como la niña pequeña que era, mientras que yo; simplemente me había olvidado de la resaca y disfrutaba del papel paternal que tenía que ejercer.
•Narra _____.
Una más. Tan solo una clase más y saldría de este infierno.
“¿Salir? Tú no irás a ninguna parte. Recuerda que tu vida está programada, y tienes clases extraescolares.” Me recordó mi subconsciente.
-Cállate.-intenté decirlo mentalmente, pero para mi desgracia lo había dicho en voz alta y miles de ojos se clavaban a mi espalda. Tomé una bocanada de aire y cerré la taquilla, para después darme la vuelta y agregar-: ¿Algún problema?
Los ojos que, anteriormente, me miraban extrañados; ahora se encontraban sorprendidos ante mi pregunta.
-El problema eres tú.-intervino esa vocecita odiosa que siempre evitaba encontrarme. 

miércoles, 19 de junio de 2013

CAPÍTULO 2: VIDA PROGRAMADA.

SEIS AÑOS MÁS TARDE
Bradford. Londres. Principios de marzo.
No. No abriría los ojos por más que aquellos ensordecedores gritos me lo encomendaran. Tan solo quería quedarme unas horas más en aquella cómoda cama. No tenía ganas de levantarme y volver al mundo real. Al mundo de las normas y reglas familiares. Ya estaba harta de todo. Harta de ignorar todo lo que pasaba a mí alrededor, y asentir y obedecer a todos como una insignificante sumisa.
Tal vez podría hacerme la enferma, y no tener que ir a aquel odioso religioso. Pero sabía que tarde o temprano acabaría obedeciendo, como todos los días de mi existencia.
Me destapé, rápidamente, de la colcha y me senté sobre el borde de la cama. Unos irritables rayos de luz, que se dejaban entrever por las cortinas blancas de la habitación, hicieron que entrecerrara los ojos. Me los froté rápidamente, mientras me dirigía al cuarto de baño. Debía asearme antes de que subiera mi madre con algún tipo de riña o castigo.
-Como si aun fuera una niña de 5 años.-susurré, deshaciéndome del camisón.
Giré los gemelos del agua, y dejé que la bañera se llenara por completo. Avancé unos cuantos pasos hasta el armario, y escogí un sobre de aroma a jazmín. Amaba esa fragancia. De mientras que seguía llenándose, comencé a cepillar mi cabello intentando deshacer cualquier enredo de la noche anterior. Una vez que se hubo llenado, y había echado el sobre; metí en su interior mi minúsculo cuerpo. Coloqué cada brazo en los extremos de la bañera, y sumergí mi cuerpo en él. No me importaba cuanto tiempo iba a estar debajo del agua. Eso era lo de menos. Lo peor era cómo iba a afrontar el día.
 “¿A qué viene esa pregunta? Sabes perfectamente que tu vida está programada. Debes hacer eso sí, o sí. Aunque no sea de tu agrado”. Me retó mi subconsciente.
“¡Cállate! ¡Tú que sabrás de mi vida!” Le amenacé mentalmente.
Sonaría absurdo estar peleándose con tu subconsciente, pero para mí era no era una tontería, en eso consistía mi día a día.
-¿Piensas quedarte ahí todo el día?-dijo una voz, en la misma habitación.
Abrí los ojos, aun debajo del agua, y vi la figura de mi madre algo borrosa. Rápidamente salí del interior de la bañera, no sin antes toser a causa de la falta de aire.
-¿Qué estabas haciendo?-volvió a preguntar, con el semblante sereno.
Desde siempre le había tenido un gran respeto a mi madre. Era una mujer frívola y sin sentimientos. Todo en ella cambió a partir de…Bueno, simplemente cambió.
-Y-yo…-tartamudeé, mientras me hacía con una toalla cercana y me secaba las veloces gotas de agua que descendían por mi rostro.- En seguida bajo, madre.
Ella cruzó los brazos sobre su pecho, y por unos minutos se limitó a mirarme a través de sus azulados ojos, hasta que salió de la habitación.
Eché la cabeza hacia atrás, mientras cerraba los ojos intentando aspirar todo el aire posible. Por esta vez no recibiría castigo alguno, a no ser que me diera prisa.
Sequé mi cuerpo con la toalla, y comencé a vestirme con aquel odioso uniforme. Éste constaba de una falda azul marino –hasta las rodillas-, un jersey verdoso a juego con las calcetas y aquella calurosa chaqueta que debía seguir llevando, a pesar de que nos encontrábamos a comienzos de primavera.  Me calcé los típicos zapatos colegiales, y recogí mi cabello en una baja coleta.
Antes de salir de mi habitación, me aseguré de coger mi mochila y mis gafas. Realmente no necesitaba llevarlas, pero mis padres me obligaban a dar esa imagen de mí.
-Señorita, ya tiene el coche listo para que la acerque hasta el colegio.-dijo Tiara (una de nuestras sirvientas), cuando me vio descender las largas escaleras.
Asentí con la cabeza, y me dirigí rápidamente hacía la cocina para coger algo que desayunar. Al entrar pude comprobar que ya no había nadie. Mis padres se habían marchado al trabajo.
Escogí una, jugosa y sabrosa, manzana del cesto y corrí hacía el coche. No sin antes despedirme y desearle un buen día a Tiara. Era una mujer encantadora –rondaría los 50 años-. No era de nacionalidad inglesa; era nigeriana. Tal vez eso fuera la razón de que, desde un principio, sintiera una gran admiración hacía una persona de piel oscura. Distinta ha todas las que mis ojos humanos habían visto, hasta entonces. Tenía dos hijos, aquí en Bradford, y otros dos en Nigeria. La consideraba como mi nana; aquella única persona que me escuchaba y me protegía de todos mis temores infantiles cuando mis padres no lo hacían.
-Que pase un buen día, señorita.-dijo con una amplia sonrisa Mikel, nuestro chófer.
Me despedí de él con un ademán de manos, y me dirigí a mi infierno matutino.
Aferré con fuerza mis apuntes, contra mi pecho y saludé –con un alzamiento de cejas-, a varias chicas que se encontraban a mi paso. La verdad es que nadie quería relacionarse con la rarita de _____ Evans. Una chica que jamás establecía conversación con nadie, y que una vez se enfrentó a los ideales de la profesora Mackenzie, consiguiendo como castigo una expulsión semanal. 

lunes, 17 de junio de 2013

CAPÍTULO UNO: DOLOROSOS RECUERDOS.



Era una de esas típicas mañanas londinenses en las que el viento, la lluvia y la escarcha matutina estaban más presentes que en otras épocas del año. Pero para aquel joven, triste y desganado, esa mañana no era una cualquiera. Disimulaba sus ojos leventemente rojos e hinchados –de tantas lágrimas derramadas-, detrás de unas oscuras gafas de sol para que la gente no se percatara de ese pequeño detalle; escondía sus manos en el interior de los bolsillos de sus pantalones, ya que no quería que le vieran apretar sus puños en señal de la única forma de apaciguar la ira que sentía; su oscuro y enmarañado pelo se encontraba mojado, a causa de las miles de gotas que habían comenzado a caer sobre el cementerio de Highgate. Él odiaba aquellos lugares solitarios y lúgubres. Jamás hubiera puesto un pie en ellos, no desde el día de hoy.
-…Señor Nuestro, aquí te dejamos llevar a una hermana más. Maddy Evans tan solo tenía 17 años cuando dejó este mundo. Yo le libro de todos los pecados para que reciba la vida eterna junto a Dios.-recitaba los versos el párroco de la Iglesia de Mary Abchuch.
-Es imposible que te hayas ido para siempre. Nunca podré recuperarme de tu ausencia.-se lamentaba el joven mentalmente mientras perdía la mirada en cómo, poco a poco, iban echando más tierra en la fosa junto al ataúd.- ¡Todo fue culpa mía! ¡Sería yo quien debería estar en ese lugar, no tú!-apretó con más rabia sus puños.
A continuación, el párroco dijo los últimos versos:
-Amén.-recitó en voz alta al unísono de los demás.
Después de aquellas palabras, como si estuviera programado, la lluvia se hizo más presente y comenzó a caer una tromba de agua. La mayoría de las personas que habían asistido al entierro se fueron corriendo, buscando refugio,  al interior de sus coches. Pero para él, ya nada importaba. Le daba igual que las gotas de lluvia recorrieran, veloces, cada una de las extremidades de su cuerpo. Tan solo tenía un pensamiento en mente; qué haría a partir de ahora sin ella. Estaba claro que nunca volvería a ser el mismo. Ella fue la única que le enseño a amar y a vivir la vida; fue ella quien lo sacó de su mundo, del mundo que nunca debería haber pisado y conocido. Pero todo eso se había esfumando, como por arte de magia, en un maldito y detestable accidente.
-Zayn…-una mano se posó sobre su hombro. Era la voz de su amigo Liam.- Será mejor que regresemos a casa. Ahí estarás mejor.
Zayn se limitó a mirar, de nuevo, la lápida de quien fue su vida. Cerró los ojos fuertemente, hasta que una lágrima descendió veloz su mejilla. Era sorprendente como, todavía, le quedaban lágrimas que derramar. Poco a poco fue abriendo los ojos y se dio cuenta de que Liam seguía a su lado, mojándose y esperando una respuesta por su parte. Habían pasado algunos minutos porque no podía distinguir la figura de los coches estacionados sobre las aceras.
-No.-respondió al fin con el semblante sereno.- Iros vosotros.
Liam asintió y se alejó buscando el coche donde se encontraban los demás. Ellos sabían que ahora no quería establecer ninguna conversación con nadie, y ya les debía bastante por haberlo acompañado durante el entierro.
No quedaba nadie en aquel tenebroso lugar.
Se acercó, lentamente, hacía la tumba. Podía sentir la pesadez de su ropa húmeda al caminar.
-Maddy-el nombre de la joven se le escapó en forma de susurro, entre sus labios. Se acuclilló junto al césped y se aproximó a la tumba.- No sabes cuánto te echo de menos.-rozó con sus dedos las letras doradas grabadas en la lápida.- Sobre todo Sophie; te echa mucho de menos. Pero todavía es pequeña para darse cuenta de tu ausencia.
Por unos segundos se quedó en silencio. ¿Qué pensaría la gente si lo vieran hablar solo junto a una tumba? Seguramente que estaría loco. Pero a él no le importaba eso. Intentaba recordar todo lo posible de ella; su deseado y deleitoso olor a jazmín; su cabello rubio cayendo en forma de ondas sobre su espalda; su dulce y delicado tacto en la piel de él; sus redondos e hipnotizantes ojos azules. Extrañaría todas sus caricias, sus besos, las noches entregándose el uno al otro, cuidando a la pequeña Sophie…
<<Siento muchísimo el dolor que te causé durante todo este tiempo. Espero que puedas perdonarme. >>
Ese fue su último pensamiento, antes de levantarse y poner dirección a algún lugar del que refugiarse de la lluvia.
Cerca de allí encontró el alfeizar de una ventana bastante grande para poder protegerse de ella. Sacó del bolsillo de su chaqueta un móvil y marcó unos cuantos números antes de darle al botón verde. Esperó unos segundos, contando mentalmente los tonos de espera. Después de 5 tonos, una voz serena y grave se hizo presente.
-¿Quién es?-preguntó esta.
Hubo unos segundos de silencio hasta que, al final, el joven se decidió a hablar:
-Tan solo le llamaba para decirle que al menos, a su hija, le hubiera gustado que ustedes estuvieran presentes en su entierro. Sé que sabía que ella había fallecido en un accidente de tráfico y, aun así, no ha tenido el valor de despedirse de ella.-Zayn hizo una pausa, ya que se había comenzado a alterar. Y después agregó-: Su hija no se merecía eso. No se merecía que sus padres se avergonzaran de que hubieran tenido una hija como ella. Nadie es perfecto, ¿sabe? Además, era la vida de ella no la de ustedes.
-¿Terminaste ya?-hubo unos segundos de silencio. Uno realmente incómodo.- Bien. Y ahora le digo que para nuestra familia ella ya dejó de ser nuestra hija, desde hace bastante tiempo. Y usted no me venga ahora, reprochándome y acusándome de lo que hice en un pasado. Para mí y mi familia, Maddy estaba muerta desde hacía bastante tiempo…
Colgó rápidamente el teléfono. No quería seguir oyendo aquellas palabras provenientes de aquel horrible ser. Aun seguía sin poder creerse, como Maddy había aguantado durante tantos años vivir sujeta a las reglas y normas de aquella familia. Eso era una tortura.
Propinó un puñetazo contra la pared. Se arrepentía profundamente de haber hecho aquella llamada telefónica. ¿Por qué tenía que hacer caso siempre a sus impulsos, y no meditar sobre las consecuencias que aquello tendría? Apoyó la frente contra la fría pared y cerró los ojos fuertemente. Todo lo que estaba sucediendo le estaba arrebatando el alma poco a poco.
~FLASHBACK~
-Vamos, Zayn. Solo un poquito más.-insistía la joven muchacha mirando por encima del lienzo. Un refunfuño salió, instintivamente, de los labios del joven.- Estás precioso cuando te enfadas.
Las mejillas de Zayn se tornaron rosáceas. Se había sofocado ante las palabras de la joven. Intentó relajar los músculos de la cara y dar lo mejor de sí. Sabía que le había costado mucho a Maddy convencerle de que dejara retratarle, y poder exponerlo en su clase de Arte. Zayn miró a un punto fijo; realmente se concentró en observar el cuerpo de la joven moverse de un lado para otro detrás del lienzo, buscando nuevas combinaciones de pinturas y de vez en cuando mirándolo detalladamente para después retratarlo.
-¿De verdad que lo va a ver todo el mundo?-formuló, una vez más, la misma pregunta. El rostro de la joven se hizo presente por uno de los extremos del lienzo, con una amplia sonrisa. También había algo de malicia en su expresión.
-Sí. Todo el mundo verá lo precioso que eres.-lo alagó Maddy, dejando a un lado la paleta de las pinturas.
Se acercó hasta dónde se encontraba Zayn, y se sentó en el regazo de sus piernas. Zayn colocó uno de los mechones de su cabello rubio detrás de su oreja, mientras observaba sus azulados ojos. Jamás había visto a una persona tenerlos de ese color.
-Aquí la única preciosa eres tú.-Besó la comisura de sus labios, dónde había un poco de pintura azul. Ella rodeó el cuello de él con sus brazos. Zayn pasó los suyos a la altura de su cintura, y la aferró junto a él. Sus labios se sentían tan a gusto, encajando perfectamente con los de ella. Se separó unos centímetros de ella, y sacó del bolsillo trasero de su pantalón unos papeles rectangulares.- Película y cena romántica. ¿Qué te parece? El plan perfecto para nuestro aniversario.
Ella se limitó a sonreír con una preciosa sonrisa, lo que hizo que Zayn se estremeciera. Ella era tanto para él; simplemente perfecta.
-No sabes lo afortunado que soy al tenerte en mi vida. Y a Sophie también.-Volvió a plantar numerosos besos en los labios de la joven.
~FIN FLASHBACK~
Aquel doloroso recuerdo hizo que un ensordecedor bramido saliera, instintivamente, a través de los labios de Zayn. Odiaba saber que ese era el único recuerdo que le quedaba de ella. Sentir que estaría solo el resto de su vida, aunque para la gente seguiría siento aquel temido y descarado adolescente de 17 años movido por la lujuria y la noche. Metió sus manos en los bolsillos de la cazadora y comenzó a caminar calle abajo, mientras la lluvia seguía cayendo; podía sentir como miles de gotas descendían veloces por su tabique nasal y se perdían a través de su mandíbula.

Sí. Estaba claro que volvería a ser aquel adolescente. Volvería a retomar la vida que siempre había tenido, sin importarle las consecuencias de sus actos. Porque para él, se había terminado amar. Jamás lo haría de nuevo. Jamás amaría a una persona tanto como amó a Maddy. Bueno, tal vez sí. A la única esperanza que le quedaba ahora; a aquella persona que poseía sangre de él en sus venas, ya que una parte residía en su interior; a su preciosa y delicada hija, Sophie.