Alcé mi rostro, para encontrarme unos ojos verdosos
enmarcados por largas pestañas con kilos y kilos de maquillaje. Pathie Wilson
se creía superior a cualquier persona en el colegio sin saber que, justamente
en este tipo de colegios, el ser superior era Dios. Ella no debía estar
matriculada en el colegio Hunking, pero
descendía de familia adinerada y ese era el único motivo de su asistencia a
clases.
Rodé los ojos ante sus palabras, y me dirigí a la
última clase intentando evitar pelea alguna.
Genial.
Literatura Inglesa.
Una sonrisa fingida se formó en mi rostro, mientras
avanzaba hacía el aula 18. Pero al llegar a la puerta, un papelito sobre ésta
me hizo posar toda mi atención en él.
“Atención
estudiantes del último curso; el profesor Mraz no asistirá a su clase, el lunes
4 de marzo, a causa de problemas personales. Les rogamos que permanezcan en la
biblioteca del centro, haciendo las tareas que tengan pendientes.
Atte.
La directora Elisabeth”
Mis pensamientos se alegraron al instante en que mis
ojos terminaron de leer aquel papelito. La última clase la tendría libre y no
escucharía al profesor debatiendo temas sobre Thomas Sprat. Sin duda hoy iba a
tener suerte. Aunque no duraría mucho si seguía permaneciendo aquí plantada,
frente a la puerta del aula.
Alcé mi mochila al aire y comencé a correr por todo el
pasillo, hasta llegar a la puerta principal. Moví mi cabeza en ambas
direcciones, intentando que nadie pudiera verme salir –ya que el conserje
siempre se encontraba en su pequeña habitación donde pasaba revisión matutina-.
Comencé a descender por la calle principal, mientras me
deshacía de la pequeña coleta y de las gafas. Me encantaba sentir mi cabello
alzarse al mismo tiempo que el aire lo mecía entre sus regazos. Era una
sensación tan agradable. Lástima que no pudiera llevarlo así siempre.
Caminaba sin rumbo alguno, aunque un pequeño
pensamiento cruzó veloz por mi cabeza. Sabía exactamente adónde tenía que ir. A
mi antiguo colegio.
•Narra Zayn.
Observaba como Sophie se alejaba a través de la oscura
verja. Ella alzó su mano, para despedirse de mí, y continuó hablando y jugando
con sus compañeros. Miles de pensamientos cruzaban veloces por mi mente. Hacía
bastante tiempo que no mantenía una conversación con las personas que eran mis
amigos. Después de todo el accidente y el entierro, jamás volví a retomar el
contacto con ellos. No sabía si seguían viviendo aquí; si se habían casado o
tenían alguna relación. No sabía nada de nada, y eso era lo que más dolía.
Di numerosas caladas al cigarro, intentando relajarme y
evitar pensar en todos aquellos remordimientos que había comenzado a surgir
después de seis años.
-¿Tienes fuego?-dijo una voz a mi lado.
Giré mi cabeza, y me encontré a una mujer rubia.
Llevaba un cigarro sobre sus labios y esperaba que le respondiera a su
pregunta. Asentí en silencio, y metí mi mano al bolsillo para sacar un pequeño
mechero, que apenas funcionaba. Después de varios intentos, para que la llamara
prendiera al cigarro, la mujer me lo devolvió.
-¿No eres muy joven para tener hijos?-preguntó,
cruzando los brazos sobre su pecho y mirando al frente. Lo más seguro para
despedirse de su hijo/a.
Una sonrisa se dejó entrever entre mis labios. Aquella
mujer era descarda y realmente atractiva. Tenía los ojos azules, el pelo
recogido y labios maquillados en carmín rojo. Al ver mi acción y atención a su
aspecto, se mordió el labio inferior.
-¿Y usted no es demasiado mayor para coquetear con
gente menor?
Mi pregunta la dejó sorprendida. No pensaba que iba a
contestarle de esa forma. Simplemente pensaba que respondería con un: “Oh, no.
No es mi hija; es mi hermana pequeña. Ya sabes, hay que encargarse de los más
peques.”
Después de un extraño silencio, comenzó a reírse a
carcajadas. Ladeé la cabeza hacía un lado, y volví a mirar al frente. Casi
podía seguir distinguiendo aquel cabello tan particular, y aquel carácter
propicio de heredarlo de su madre.
-Mis razones tengo-especuló.
-Espera, no me lo diga-me giré y la miré-. Soltera y
con varios hijos a los que mantener. Tan solo busca a un hombre con el que
seguir disfrutando de la vida. Y estuvo a punto de tirar la toalla hasta que me
vio a mí.
Ella parpadeó varias veces, tratando de asimilar toda
la información posible.
-¿Tanto se nota?-musitó, mientras tiraba la colilla del
cigarro. Asentí en silencio-. Mi marido falleció hace unos años, y bueno,
intento retomar mi vida. Pensar que a él le gustaría que otro hombre me hiciera
feliz. Porque sé, que su deseo es ese.
-Pero quiere intentarlo, a pesar de que el pasado la
retiene-dije, manteniendo la cabeza gacha. Era exactamente como me sentía yo.
Quería rehacer mi vida, encontrar a alguien, pero sus recuerdos perduraban
grabados en mi memoria.
-¿También te ha pasado?-se sorprendió, ante mi
contestación.
Me encogí de hombros, y después añadí:
-No, ya sabes, cosas de adolescentes-intenté quitarle
la máxima importancia al asunto.
-Entiendo.
Después de aquellas palabras, volví a mirar hacia la
puerta, pero ya habían entrado todos. No quedaba nadie en la calle. Nadie,
excepto nosotros dos.
-Un placer haberla conocido, señorita-me despedí,
agarrando su mano y besando la parte superior de esta-. Ya verá como pronto
encontrará a alguien. De eso estoy seguro.
Ella me dedicó una dulce sonrisa, y después se marchó
calle abajo. Me fijé en cada uno de sus movimientos. No parecía tan mayor, si
te pones a pensar. Tal vez estaría entre los 30 y 40. Una lástima quedarse
viuda tan joven. Sin duda el futuro pondrá a alguien en su vida; alguien que le
devuelva la ilusión de vivir; alguien con quien compartir tantos momentos
maravillosos.
Di un gran suspiro. Dudo que el destino ponga a alguien
en la vida de un joven como yo.
Me apoyé contra la verja, mientras clavaba la mirada en
el asfalto.
Todavía era un joven de 23 años. Me encontraba en la
flor de la vida; pero para mí no era vida sino estaba a su lado. Si no podía
sentir cada uno de los latidos de su corazón, sus caricias, besos…
Y en ese momento la olí. Olí su aroma a jazmín, aquel
que tanto me gustaba. Alcé la vista, para encontrarme a una muchacha correr a
toda velocidad hacía el colegio. Entrecerré los ojos y me fije en ella. El alma
se me calló a los pies y el corazón comenzó a latirme con rapidez, al ver aquel
cabello rubio; aquellas facciones de la cara y sobre todo aquel olor que me
embriagaba. Se detuvo, fatigada y sudorosa, ante la puerta principal del
colegio, mientras se maldecía haber llegado tarde. Me quedé anonadado, no sabía
cómo reaccionar. ¿Era cierto lo que estaban viendo mis ojos? ¿Era ella?
¿Era…Maddy?